VOLUNTAD ESPIRITUAL


 La interrelación vital de la Naturaleza y de la humanidad, así como el complejo proceso de la evolución y de la historia, son esencialmente la manifestación de la unidad en la diversidad. Cada ser humano es un reino compacto, con múltiples centros de energía que son focos microcósmicos conectados con influencias macrocósmicas. Hay una lógica fundamental en el vasto despliegue desde la Fuente Una, a través de rayos de luz, en una miríada de direcciones hacia numerosos centros que se mantienen unidos por una única fuerza fohática, un principio ordenador de la energía. La lógica de la emanación es la misma para el cosmos y para el individuo. Las enseñanzas arcanas de las jerarquías divinas, de los Dhyani Buddhas, de los tres conjuntos de Constructores y del misterioso Lipika transmiten indicios de patrones invisibles, siempre presentes, nouménicos, que subyacen a este inmenso cosmos del que todo ser humano es parte integrante. El movimiento ordenado del vasto conjunto se refleja también en lo pequeño, en todos los átomos, y está paradigmáticamente presente tanto en las simetrías como en las asimetrías de la forma humana, con sus órganos diferenciados y especializados de percepción y de acción.

 El hombre moderno, agobiado por una reflexión irrelevante y caótica, a menudo no se plantea las preguntas críticas y centrales: ¿Qué significa tener una forma humana? ¿Por qué la cara tiene siete orificios? ¿Qué significa tener una mano con cinco dedos? ¿Por qué uno de los dedos se llama índice y cuál es el propósito de señalar en la vida humana? ¿Cuál es el significado del pulgar y cuál es su relación con la voluntad y la determinación, que deben ser fuertes y flexibles a la vez? ¿Pueden combinarse en la vida humana la flexibilidad y la fluidez de forma análoga a lo que ejemplifican en el mundo físico todas las jerarquías lunares imbuidas de la inteligencia que proviene de los planos superiores? ¿Cuál es la función del dedo meñique, asociado a Mercurio? ¿Cuál es la conexión entre el habla y este dedo, aparentemente sin importancia, que es importante para aquellos que tienen habilidad en el uso de las manos, ya sea en la música instrumental o en la artesanía?

 Cuando uno está dispuesto a plantearse este tipo de preguntas, sin dar nada por sentado, puede observar las estatuas de Buda y de diversos dioses en muchas tradiciones en las que la colocación de la mano es extraordinariamente significativa; ya sea apuntando hacia arriba, apuntando hacia abajo, extendida hacia fuera, en forma de oblación o recibiendo una ofrenda, o en el conocido mudra de la mano que bendice. ¿Qué significa la unión del pulgar y el dedo central, a la que se da gran importancia en textos místicos como el Himno a Dakshinamurti?

 En el momento en que uno empieza a plantear preguntas tan inocentes sobre los aspectos más evidentes de la existencia humana, enseguida se pone de manifiesto que los pseudo-sofisticados son prisioneros de la falsa idea de que ya saben. Y, sin embargo, la confianza en sí mismo y la confianza espontánea son tan escasas en el mundo de los semidesconocidos: muchas personas carecen tanto de un autoconocimiento elemental que, cuando una persona conoce a otra, en lugar de una respuesta natural de receptividad y confianza, se produce un sesgo arraigado engendrado por el miedo y la sospecha. Esto se ha consolidado mediante el establecimiento de un marco conceptual nietzscheano, en el que todas las relaciones humanas se ven simplemente en términos de dominación y de ser dominado. Este punto de vista obsesivo vacía las relaciones humanas de contenidos más profundos, de significado espiritual y de conciencia moral. Todas las categorías y consideraciones morales se vuelven irrelevantes cuando uno se centra por completo en una concepción de la voluntad éticamente neutral e incolora. Asumir y actuar como si todo girara en torno a la relación amo-esclavo es un gran bloqueo para el desarrollo de la autoconciencia, como reconoció Hegel. La humanidad ha dejado atrás su febril preocupación por el falso dominio en las estructuras formales. Los siglos XVII y XVIII fueron testigos de la aparición de un nivel superior de autoconciencia individual y colectiva. Todos los hombres y mujeres son herederos de la Ilustración, con su afirmación inequívoca de la dignidad inalienable del individuo, que puede relacionarse creativamente con otros seres humanos en un diálogo significativo y una cooperación constructiva.

 Arraigado en una mentalidad simplista, pero asertiva, que disuelve todas las cuestiones morales, el lenguaje de la confrontación y de la sumisión es irrelevante para la condición humana universal y para la complejidad jerárquica de la Naturaleza. Cualquier persona con un mínimo de pensamiento que empiece a plantearse preguntas sobre la maravillosa complejidad y las interrelaciones dinámicas de la Naturaleza -preguntas sobre el sol y las estrellas, los árboles y los bosques, los ríos y los océanos y, sobre todo, sobre el crecimiento humano- reconocerá fácilmente que ninguna comprensión real de los procesos orgánicos de la Naturaleza puede expresarse de forma adecuada en términos de categorías tan insulsas como la dominación y la sumisión.

 Tampoco se puede aprehender ninguna verdad significativa sobre las relaciones arquetípicas entre maestros y discípulos, padres e hijos, amigos y compañeros, mediante la noción truncada de una voluntad amoral. La vida humana es poética, musical y conmovedora; tiene una textura abierta, con ritmos recurrentes, y participa continuamente en ciclos simultáneos. Saber esto es reconocer, al ver el frágil tejido de las sociedades modernas, que la evolución humana no ha abrogado los principios primordiales de mutualidad e interdependencia, sino que, de hecho, los seres humanos y las sociedades anormales se han alienado de sus recursos internos de verdadera fuerza y calidez, confianza y reciprocidad. La Regla de Oro sigue siendo universal en su alcance y significado. No hay una cultura o porción de la raza humana, ni una época de la historia, en la que la Regla de Oro no haya sido comprendida. Sin esta conciencia no habría supervivencia social y, mucho menos, su traducción al lenguaje de los roles y las obligaciones y a la lógica de los mercados. La reciprocidad es inherente a la condición humana.

 Al repensar fundamentalmente lo que significa conferir la potencia de la ideación a los hechos primarios, como el uso consciente de la mano humana, se puede descartar gran parte del pensamiento turbio, que es el padre prolífico de una vasta progenie de pensamientos desconfiados, temerosos, débiles y caprichosos que se inclinan constantemente en una dirección descendente. La voluntad espiritual puede fortalecerse cuando una persona medita sobre la actividad cósmica que se transmite, en parte, a través de los mitos de la creación, y que puede ser captada metafísicamente en términos de que lo abstracto se vuelve cada vez más concreto, aunque solo de forma incompleta. Debe haber un reconocimiento firme de la brecha necesaria – insalvable de forma inherente - entre lo incondicionado y lo condicionado, entre la luz noumenal y sus reflejos fenomenales. A quienes comienzan a percibir esto en el mundo siempre cambiante, puede ayudarles a iniciar una revolución en sus relaciones cotidianas. El verdadero ocultista comienza en el simple nivel de la reflexión constante y pasa a un modo de conciencia por el que puede ponerse, sin esfuerzo, en la posición de otro ser humano.

 El sello de la madurez espiritual es que uno no tiene un sentido de distancia psicológica con respecto a otro; que uno no solo puede acoger, sino también compartir la subjetividad silenciosa de otro ser humano. Cuando una persona reflexiva comienza a mirar a los demás de esta manera, la necesidad de un karma involuntario y de meras extensiones de contacto humano superficial será sustituida por la capacidad interior. Esto, a través de cada oportunidad que se presente de forma natural de descubrir el significado universal de la evolución humana, la riqueza potencial y las limitaciones reales de la naturaleza humana, así como el pathos compartido del peregrinaje espiritual de la humanidad. A medida que se adquiere profundidad de conciencia, es posible educar las propias percepciones y las respuestas al mundo, lo que permite limpiar la mente y el corazón, así como liberar la voluntad espiritual. Se puede cultivar un verdadero gusto por las altitudes poco comunes de las elevaciones del Himalaya, donde se experimentan las verdades sublimes como realidades noumenales.

 El despertar de la percepción intuitiva es un requisito esencial para la participación auténtica en la vida humana. El despertar noético presupone que se aprenda a no dar nada por sentado y a recrear continuamente el sentido de la maravilla y la apertura. Es necesario aumentar el silencio en relación con la palabra, la contemplación en relación con la acción y la deliberación en relación con la respuesta impetuosa. Cuando se vive desde el interior, cada día se carga de un rico significado y es un eslabón vital en el hilo continuo de ideación creativa. Los potenciales de la conciencia humana son tan inmensos que para un verdadero yogui un solo día es como toda una encarnación. Cuando los individuos realmente encienden la chispa de Buddhi-Manas, pueden alejarse rápidamente de la región inferior de la oscura desconfianza y la abyecta dependencia, y pensar activamente en términos de las altas prerrogativas y las vastas posibilidades de la vida humana. A través de la contemplación tranquila pueden acercarse a las energías más elevadas del cosmos; a través de una alineación adecuada con lo que está arriba y dentro, perciben fácilmente el mundo como un reflejo sombrío de la realidad y también ven más allá de las imágenes fugaces hasta el núcleo oculto de lo que da vitalidad y continuidad a la corriente de conciencia. El restablecimiento de la percepción búdica proporciona una comprensión preliminar de lo que es volverse constitutivamente incapaz de desconfianza, engaño, cobardía y ansia. El retrato mental del Sabio que se gobierna a sí mismo, que permanece en sintonía sin esfuerzo con la Fuente sin padres, se convierte en una realidad transformadora en la vida diaria. Ya no se habita en la región terrestre del tiempo y el espacio en la que merodean muchas almas engañadas por las que se siente verdadera compasión, sino que se asciende al imperio de la ideación divina.

 Las resoluciones nobles y los compromisos autorreguladores son accesibles a la voluntad espiritual que se alía con el aspecto activo de Buddhi, que es Kundalini. En el mundo manifestado, Fohat es la electricidad cósmica que vigoriza todo y es la fuerza inteligente que guía todas las combinaciones, permutaciones y separaciones que se producen en todos los reinos de la Naturaleza. Pero en el reino no manifestado, Fohat es la conciencia pura, la energía de la ideación potencial. Este plano de unidad espiritual y volición no puede ser abordado sino a través del desarrollo intenso del poder de abstracción. Supongamos que una persona comienza simplemente con la difícil, pero necesaria, meditación sobre el cadáver. Todo ser humano sabe que un día el cuerpo estará rígido como un tronco de madera y, tanto si se quema como si se entierra, ya habrá empezado a desintegrarse desde lo que se llama arbitrariamente el momento de la muerte, sobre el que hay mucha incertidumbre. ¿Cuándo es ese momento de la muerte? ¿Es cuando el corazón deja de latir y la respiración se detiene, o es cuando la actividad eléctrica en el cerebro disminuye?

 Desde el punto de vista teosófico, hay otras cuestiones críticas sobre la retirada progresiva de la mónada inmortal de sus diferentes vestiduras. El astral que está ligado al cuerpo físico debe ir con el cuerpo que se desintegra, porque incluso para la desintegración debe haber una base invisible de inteligencia, proporcionada por el astral burdo. Pero hay otros aspectos del astral que están relacionados con los principios que se desprenden. La meditación profunda sobre el propio cadáver y el momento de la muerte puede dar lugar tanto a un distanciamiento crítico como a una creciente liberación de las anticipaciones personales sobre las próximas semanas, meses y años. Si una persona encuentra algo mórbido en esta meditación, es porque la conciencia se ha vuelto escapista, engañosa y orientada al placer. Pero si uno se preocupa ardientemente por el sentido y el significado, por las consideraciones éticas de lo correcto y lo incorrecto, por la obligación y la responsabilidad, entonces puede ver con calma y desapego el momento de la muerte como la finalización de un ciclo de cumplimiento de los deberes terrenales y los ejercicios espirituales.

 Es necesario avanzar en el pensamiento mucho más allá de esta meditación inicial sobre la muerte. Hay que pensar en uno mismo como si hubiera vivido y abandonado una amplia gama de cuerpos mortales, como si hubiera pasado por innumerables conjuntos de experiencias en muchos contextos diferentes en los que ha representado una miríada de papeles. Para el alma inmortal, la única cuestión significativa es si uno aprendió algo profundamente significativo sobre el mundo y de cualquier oportunidad para la elevación de la conciencia que le ofreció. ¿Cuántas veces pudo uno entrar en contacto con maestros espirituales, y en cuántas vidas pudo uno intuir algo del significado de la iniciación? A medida que uno persiste en tales preguntas, comienza a vivir en y a través de otras personas, con lo cual experimenta un intenso interés por la condición humana en su conjunto. Al ver el mundo a través de muchos ojos, uno se identifica con el punto de vista de una miríada de almas. Uno empieza a descubrir el secreto del yogui y del Adepto: que cuanto más se retrae uno en su interior, más puede universalizar su propia preocupación por la raza humana. Al renunciar a la falsa idea de que lo visible es necesariamente más real que lo invisible, de que uno tiene obligaciones más apremiantes con los que ve que con los que no ve, uno se da cuenta de que la evolución humana no podría haber continuado, de que la gente no habría plantado árboles para sus descendientes, sin cierta conciencia de la base oculta de la solidaridad humana.

 Cuando uno ha alcanzado cierta apreciación de este hecho vital, sería de gran beneficio meditar sobre el catecismo sagrado en La Doctrina Secreta:

El Maestro está obligado a preguntar al alumno:

Levanta tu cabeza, ¡oh Lanú!; ¿ves una o innumerables luces encima de ti, ardiendo en el cielo obscuro de la medianoche?
‘Yo percibo una Llama, ¡oh Gurudeva!; veo innumerables y no separadas centellas que en ella brillan’.
‘Dices bien. Y ahora mira en torno de ti, y en ti mismo. Aquella luz que arde dentro de ti, ¿la sientes de alguna manera diferente de la luz que brilla en tus hermanos los hombres?’
‘No es en modo alguno diferente, aunque el prisionero es mantenido en cautiverio por el Karma, y aunque sus vestiduras exteriores engañan al ignorante al decir: “Tu alma y Mi Alma”’.

La Doctrina Secreta, OE i 120
(Tomo 1 Estancia IV, p.170 de la versión digital en español)

 Cualquier persona que comience tales meditaciones y persista en ellas experimentará una tremenda limpieza preparatoria para la reeducación de los poderes de percepción y acción. Eventualmente, uno ya no ve el mundo como el mundo se ve a sí mismo, en términos de separación y contraste, dominio y desconfianza, dependencia y cambio. En su lugar, se aprende a ver el mundo en términos de continuidad detrás del cambio, en términos de lo que no tiene muerte dentro de lo que siempre está muriendo. Se empieza a percibir la realidad nouménica de la ideación divina tras el flujo de los fenómenos fugaces. Cuando una persona comienza a pensar, sentir y responder a la luz de esta forma renovada de ver el mundo -y elige deliberadamente ideas, líneas de pensamiento, actos de servicio autosuficientes, sentimientos de compasión, benevolencia y confianza-, toda su concepción de la realidad se ve alterada. Incluso la sensación de estar atado por la persona comienza a aflojarse gradualmente. A través de esta experiencia regenerativa, uno llega a reconocer que el movimiento que es visible es solo un fenómeno superficial y que la energía más elevada reside solo donde todas las fuerzas externas se reúnen y se retiran a un centro de quietud.

 Gracias al poder místico de la ideación, se tiene una visión suprasensible y un sentido mucho más agudo del universo como una unidad. Hasta que no haya conciencia búdica de la omnipresencia y la unidad radical del Fohat no manifestado, no puede haber libre albedrío y autosuficiencia verdaderos, sino solo una inquietud compulsiva y una reacción pasiva. El libre albedrío, en el sentido espiritual, solo comienza cuando uno entra en un reino de pura libertad de la forma, el flujo y el cambio, y de la sucesión temporal de estados de conciencia. Esto se puede comprobar fácilmente: si uno siente que el primer momento en que entró en contacto con la Sabiduría Divina es ahora, entonces es libre; pero, si parece que fue hace años, entonces está esclavizado por el pasado. Si uno siente que el momento de su muerte es ahora, uno es libre; pero, si parece acechar en el futuro, uno está hipnotizado por el cambio. Cuando uno puede romper las fronteras artificiales del pasado y el futuro dentro del momento presente, entonces empieza a experimentar la voluntad espiritual que es libre, poderosa y benéfica; y que, por no tener límites, puede prestar un enorme valor y confianza a la elección deliberada de los pensamientos y a la dirección continua de la atención. Allí, donde cae la atención o el ojo del Adepto, se produce una tremenda intensificación de las corrientes vitales noéticas. Existe una íntima relación entre las energías foháticas de la ideación y la atención enfocadas en el Ojo de Shiva y el poder kriyáshico de avivar tanto la vida espiritual como la material.

 En su auto-entrenamiento, todos los discípulos deben aprender progresivamente a dominar el poder de la atención como preparación para cualquier iniciación real. Primero, hay que aprender a retener la atención, y hay que hacerlo muchas veces hasta que se convierta en un proceso totalmente natural. Al bajar los ojos cuando se sale al mundo, al contener la lengua cuando se está en compañía, al impedir que las manos agarren los objetos, el discípulo aprende, por medio de la retirada y la retención de la atención, cómo es posible elegir una gran idea de la vacuidad y cómo elegir, por medio de la aceptación, lo que está incluido en el karma en el mundo. No hay nada personal en esto, porque a través de la conciencia elevada uno ve que lo que se elige en cualquier momento no es más que una de las innumerables posibilidades. De este modo, uno no queda atrapado en las ilusiones que resultan de un alboroto sensacionalista sobre los acontecimientos. Los eventos no tienen un significado tan exagerado porque uno siempre ve aquello de lo que habla Gurudeva - la única llama indivisa. Uno oye todo el tiempo aquello que es inaudible, como lo que está en las profundidades insondables del océano y en los más lejanos confines del espacio: "la VOZ ininterrumpida, que resuena a través de las eternidades, exenta de cambio, exenta de pecado, los Siete Sonidos en uno, LA VOZ DEL SILENCIO".

 Una vez que uno se convierte en testigo del increíble ordenamiento de los átomos de vida y en un perceptor búdico de las inmensas posibilidades que representan, se convierten verdaderamente en sus alumnos, amigos y servidores en la gran obra de la evolución universal. En última instancia, uno puede incluso superar el contraste entre la subjetividad y la objetividad, entre el espíritu y la materia. Debido a que la gente no hace esto de forma voluntaria, el Fohat en un nivel hace posible la encarnación, al unir a Atma-Buddhi con Manas. Cuando Manas se manifiesta como un hombre de poderosa meditación, se hace uno con Atman, y Buddhi genera ese sutil soplo de energía fohática silenciosa por el que uno se retira de todos los reflejos de la luz hacia el imperio de la Verdad Divina. Cuanto menos se está atrapado en las agitaciones del Fohat manifestado, más se siente la intensidad de la fuerza del campo de la energía de sentimiento inaudible e inexpresada de Atma-Buddhi que irradia desde el reino eterno de Sat.

 Este “Mundo de la Verdad” puede únicamente describirse, según el Comentario, como “una estrella resplandeciente desprendida del Corazón de la Eternidad; el faro de esperanza, de cuyos Siete Rayos penden los Siete Mundos del Ser”. Verdaderamente es así, puesto que éstos son las Siete Luces cuyas reflexiones constituyen las inmortales Mónadas humanas, el Âtmâ, o el Espíritu irradiador de cada criatura de la familia humana.

La Doctrina Secreta, i 120
(Tomo 1 Estancia IV, p.170 de la versión digital en español)

por Raghavan Iyer
La Gupta Vidya III