EL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN


 Cuidémonos de crear una oscuridad al mediodía para nosotros mismos al contemplar, por así decirlo, directamente al sol . . . como si pudiéramos esperar alcanzar una visión y percepción adecuadas de la Sabiduría con ojos mortales. Lo más seguro será dirigir nuestra mirada a una imagen del objeto de nuestra búsqueda.

El extranjero ateniense
Platón 

 Cada año, más de trescientas cincuenta sectas católicas y protestantes celebran el Domingo de Resurrección de Jesús, el hijo de Dios que se llamó a sí mismo Hijo del Hombre. También lo hacen las iglesias ortodoxas rusa y griega, pero con un calendario distinto. Tal es el cisma entre Oriente y Occidente en el seno de la cristiandad en lo que respecta a este día, que siempre cae en el antiguo sabbat, antaño consagrado al Sol Invisible, única fuente de toda vida, luz y energía. Si deseamos comprender la posibilidad permanente de la resurrección espiritual enseñada por el hombre de los dolores, debemos llegar a ver tanto al hombre como su enseñanza desde la perspectiva prístina de Brahma Vach, la expresión oral intemporal que está detrás y más allá de todas las religiones, filosofías y ciencias a lo largo de la larga historia de la humanidad.

El Evangelio según San Juan es el único evangelio canónico con un preámbulo metafísico en lugar de histórico. Nos remite a lo que era en el principio. En la Nueva Biblia Inglesa, la reciente revisión de la versión autorizada producida para la corte del rey Jacobo, se nos dice: "Antes de que todas las cosas fueran hechas, estaba el Verbo". En el inglés inmemorial, majestuoso y poético de la versión del rey Jacobo: "En el principio era el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios". Este es un sutra bija, una máxima seminal, que marca el inicio del primero de los veintiún capítulos del evangelio y que transmite la suma y la sustancia del mensaje de Jesús. Juan, según Josefo, fue en su momento un esenio y su relato concuerda estrechamente con el Manual de Disciplina de Qumrán. El evangelio atribuido a Juan deriva de la misma tradición oral que los sinópticos, pero muestra fuertes conexiones con las epístolas paulinas, así como con la tradición apocalíptica judía. Es mucho más un tratado místico que una narración biográfica.

 Desde el punto de vista teosófico, no tiene sentido ni es posible para ningún hombre antropomorfizar a la Divinidad, aunque esto pueda ser muy conmovedor en términos de devoción filial hacia el propio padre físico. La Divinidad es impensable e indecible, y se extiende ilimitadamente más allá del rango y el alcance del pensamiento. No hay una figura paterna suprema en el universo. En el principio estaba la Palabra, el Verbum, el Shabdabrahman, el resplandor eterno que es como un velo sobre el Absoluto sin atributos. Si todas las cosas derivan, como explica San Juan, de esa Fuente Única, entonces todos los seres y todos los hijos de los hombres están incluidos para siempre. En el plano metafísico, cada ser humano tiene más de un padre, pero en el plano físico cada uno solo tiene uno. A lo largo de mil años o treinta generaciones, cada uno tiene más antepasados que almas encarnadas actualmente en la tierra. Cada uno participa en la ascendencia de toda la humanidad. Aunque siempre es cierto, esto es más evidente en una nación con ancestros mixtos. Por eso es oportuno que pensemos en aquel que predicó antes que Jesús: el Buda, que enseñó que no preguntamos por la ascendencia de un hombre, sino por su conducta. “Por sus frutos se los conocerá”, dicen los evangelios.

 Hay otro significado del Padre que es relevante para la oportunidad que se le presenta a todo ser humano de tomar la decisión de dedicar toda su vida al servicio de toda la familia humana. Los antiguos judíos sostenían que del ilimitado Ain-Soph surgía un reflejo, que nunca podría ser más que una participación parcial en esa luz ilimitada que trasciende la manifestación. Este reflejo existe en el mundo como humanidad arquetípica: Adam Kadmon. Todo ser humano pertenece a una sola humanidad, y esa colectividad se encuentra en relación con el Ain-Soph, como cualquier ser humano con su propio padre. No es de extrañar que Pitágoras – Pitar Guru, padre y maestro, como se le conocía entre los antiguos hindúes – viniera a Krotona para hacer sonar la nota clave de un largo ciclo que ahora se reafirma para un período igualmente largo en el futuro. Enseñó a sus discípulos a honrar a su padre y a su madre y a prestar un juramento sagrado a los Santos Padres de la raza humana, los Ancestros de los Arhats.

 En la cuarta Stanza de Dzyan se nos dice que los Padres son los Hijos del Fuego, descendientes de una hueste primordial del Logos. Son rayos autoexistentes que brotan de un fuego mahático único, central y universal que está dentro del huevo cósmico; así como la materia diferenciada está fuera y alrededor de él. Hay siete subdivisiones dentro de Mahat – la mente cósmica, como la llamaban los griegos – así como siete dimensiones de la materia fuera del huevo, lo que da un total de catorce planos, catorce mundos. Cuando nos dice Juan que Jesús dijo: “En la casa de mi Padre hay muchas mansiones”, H.P. Blavatsky afirma que esto se refiere a las siete mansiones del Logos central, supremamente venerado en todas las religiones como el Fuego Creador Solar.

 Cualquier ser humano que tenga una verdadera vigilia y, por lo tanto, un sincero espíritu de obediencia a la divina inteligencia demiúrgica en el universo – de la cual es un fideicomisario incluso mientras está revestido por la carcasa letárgica de la materia – puede mostrar que es un hombre, en la medida en que exhibe la hombría divina a través de una profunda gratitud, un constante reconocimiento y una continua conciencia de la Fuente Única. Todos los grandes Maestros de la humanidad apuntan a una única fuente más allá de ellos mismos. Muchos son llamados, pero pocos son elegidos por sí mismos. Los Maestros espirituales siempre apuntan hacia arriba para todos y cada uno de los hombres y mujeres vivos, no para unos pocos. Trabajan no solo en el ámbito visible para los que están inmediatamente delante de ellos, sino que, como nos recuerda Juan, vienen de arriba y trabajan para todos. Piensan y aman constantemente a todos los seres que viven y respiran, como si fueran un reflejo de "Aquel que respira sin parar", en una contemplación incesante que sobrepasa el Huevo de Oro del universo, el Hiranyagarbha.

 Estas hermosas ideas consagradas en magníficos mitos son provocativas para la mente racional, y sugestivas para el latente discernimiento divino de la intuición búdica. El único modo en el que alguien puede acercarse al Padre en el Cielo – y, mucho más, acercarse a Aquel que es como Él en el Cielo – es mediante esa luz a la que se refiere Juan en el primer capítulo del Evangelio. Se trata de la luz que ilumina a todo hombre que viene al mundo, y que las tinieblas no comprenden. El ser humano está envuelto en las tinieblas de la ilusión, del olvido de sí mismo y de su ascendencia divina. Toda la humanidad puede ser considerada como un jardín de dioses, pero todos los hombres y mujeres son ángeles caídos o dioses empañados por el olvido de su verdadera misión eterna y universal. Cada hombre o mujer ha nacido para un propósito. Cada persona tiene un destino divino. Cada individuo tiene una contribución única que hacer para enriquecer la vida de los demás, pero nadie puede decirle a nadie cuál es esa contribución. Cada uno tiene que encontrarla; primero, despertando y encendiendo y, luego, sosteniendo y alimentando la pequeña lámpara dentro del corazón. Solo allí puede encenderse el verdadero fuego akásico sobre el altar en el templo oculto del Dios que vive y respira dentro. Este es el fuego sagrado de la verdadera conciencia, que permite al hombre acercarse a la única conciencia divina universal que, en su propia incubación sobre la manifestación, es el padre-espíritu. En el reino de la materia puede compararse con el viento que sopla hacia donde se dirige. Cualquier ser humano podría convertirse en un instrumento autoconsciente y vivo de esa conciencia divina universal de la que él, tanto como cualquier otro hombre o mujer, es un rayo refulgente.

 Esta visión del hombre es totalmente diferente de la que, por desgracia, se ha predicado en nombre de Jesús. Orígenes habló de la constante crucifixión de Jesús y declaró que no hay un día en la tierra en el que no sea vilipendiado. Pero, igualmente, no hay un momento en el que los demás no hablen de él con admiración, pues vino con una protección divina proporcionada por un vínculo secreto que nunca reveló, salvo por una insinuación indirecta. Siempre que el Logos se hace carne, hay un testimonio sagrado del Gran Sacrificio y de la Gran Renuncia – de todos los Avatares, de todas las Encarnaciones Divinas – Esta Hermandad de Benditos Maestros está siempre detrás de cada intento de iluminar las mentes humanas, de convocar el amor latente en los corazones humanos por toda la humanidad, de avivar las chispas de la verdadera compasión en los seres humanos hacia los fuegos de la Iniciación. La marca del Avatar es que en él se manifiesta el Paráclito, el Espíritu de la Verdad Eterna, para que incluso los ciegos puedan ver, los sordos puedan oír, los cojos puedan caminar y los no regenerados puedan ganar confianza en la posibilidad y la promesa de la auto-redención.

 En uno de los más bellos pasajes escritos sobre este tema, el profundo ensayo titulado Las raíces del ritualismo en la Iglesia y la Masonería, publicado en 1889, H.P. Blavatsky declaró:

 La mayoría de nosotros cree en la supervivencia del Ego Espiritual, en los Espíritus Planetarios y en los Nirmanakayas, esos grandes Adeptos de las épocas pasadas, que, al renunciar a su derecho al Nirvana, permanecen en nuestras esferas del ser, no como "espíritus" sino como Seres humanos espirituales completos. Salvo su envoltura corpórea y visible, que dejan atrás, permanecen tal como eran, para ayudar a la pobre humanidad, en la medida en que pueda hacerse sin pecar contra la Ley Kármica. Esta es la "Gran Renuncia", en verdad; un incesante y consciente auto-sacrificio a través de eones y edades hasta ese día en que los ojos de la humanidad ciega se abrirán y, en lugar de unos pocos, todos verán la verdad universal. Estos Seres bien pueden ser considerados como Dios y Dioses – si permitieran que el fuego en nuestros corazones, al pensar en ese más puro de todos los sacrificios, se avivara en la llama de la adoración, o en el más pequeño altar en su honor. Pero no lo harán. En verdad, "el corazón secreto es el (único) templo de la bella Devoción", y cualquier otro, en este caso, no sería mejor que la ostentación profana.

 Dejemos que un hombre sea sin espectáculo externo, como el que favorecieron los fariseos; sin inscripciones, como las que se especializaron los escribas y sin negación arrogante e ignorante autodestructiva, como la de los saduceos. Un hombre así, ya sea de cualquier religión o de ninguna, de cualquier raza o nación o credo, una vez que reconoce la existencia de una fraternidad de Seres Divinos; una hermandad de Budas, Bodhisattvas y Cristos; una iglesia invisible (en la frase de San Agustín) de seres humanos vivos, siempre dispuestos a ayudar a cualquier buscador honesto y sincero; a partir de entonces, atesorará el descubrimiento dentro de sí mismo, lo guardará con gran recelo y agradecida reverencia, y apenas hablará de su sentimiento a los extraños o incluso a los amigos. Cuando pueda hacer esto, mantenerlo y, sobre todo, como dice Juan en el Evangelio, ser fiel a él y vivir de acuerdo con él, entonces podrá hacer de él, como enseñó Jesús, el camino, la verdad y la luz. Aunque no se automanifestara como el Logos. llegó a ser a través de Jesús – el Hijo de Dios convertido en Hijo del Hombre – aún podría sostenerse y protegerse en tiempos de prueba. Ningún hombre se atreve a pedir más. Ningún hombre podría hacer con menos.

 Jesús sabía que su propio tiempo de prueba había llegado – el momento de la consumación de su visión – en el Día de la Pascua. Filón de Alejandría, que era un acuariano en la Era de Piscis, dio una interpretación intelectual a lo que otros hombres veían de forma literal: señaló que la pascua espiritual tenía que ver con la superación de las pasiones terrenales. Jesús, cuando supo que había llegado la hora de la culminación de su obra y de la glorificación de su padre, a quien siempre se aferró, se retiró con unos pocos al Huerto de Getsemaní. Él no los eligió, dijo. Ellos le eligieron a él. Se retiró con ellos y allí todos utilizaron el tiempo para la verdadera oración al Dios interior. Jesús había enseñado: "Entra en tu alcoba y ora a tu padre que está en secreto" y que "el Reino de Dios está dentro de ti". Este fue el modo de oración que reveló y ejemplificó a los que estaban listos para la iniciación en los Misterios. Muchos lo intentaron, pero solo unos pocos permanecieron en ello. Incluso entre esos pocos había un Pedro, que negaría tres veces a Jesús. Estaba el traidor, Judas, que ya había abandonado la última cena aquella noche, tras haber recibido la orden: "Lo que hagas, hazlo pronto". Algunos de los fieles se dedicaron a la purificación. ¿Estaban, en ese momento, ocupados en la autopurificación para su propio beneficio? ¿Qué les había enseñado Jesús? ¿Podía un hombre separarse de los demás? Había dicho a los que querían apedrear a la adúltera: "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra". Les había dicho que no juzgaran a nadie más, sino que esperaran el verdadero juicio. Dado que habían recibido un privilegio sublime, sobre el que otros hombres discutieron posteriormente durante siglos y produjeron una miríada de herejías y sectas, en su caso el juicio implicaba su preocupación compasiva por hacer la sagrada Obra del Padre por el bien de todos. El huerto de Getsemaní está siempre aquí. Es un lugar muy diferente del Muro de las Lamentaciones, donde la gente cruje los dientes y llora por sí misma o por sus antepasados tribales. El huerto de Getsemaní está en cualquier lugar de la tierra donde los hombres y las mujeres quieran limpiarse para ser más humanos en sus relaciones con los demás.

 La crucifixión tampoco fue solo para Jesús y aquellos dos ladrones; uno de los cuales quiso que se produjera un milagro en su favor, mientras que el otro aceptó la justicia de la ley de la época y recibió el castigo por unos delitos que reconoció abiertamente. Todo hombre participa en esa crucifixión. Esto es lo que se puede aprender de los grandes místicos y de los poetas inspirados a lo largo de dos mil años. El Christos es crucificado diariamente, cada hora, cada momento, en la cruz de cada ser humano. Hay muy pocos en la tierra que viven la más alta posibilidad de la sabiduría, el amor y la compasión del ser humano, y mucho menos que pueden decir que en ellos se manifiesta el espíritu de la Verdad, el Paráclito. ¿Quién tiene el valor de expulsar a los cambistas de pensamientos y deseos mezquinos del Templo del Espíritu universal, no por odio a los cambistas, sino por un amor en su corazón por la Restauración del Templo? ¿Quién tiene el valor de decir abiertamente lo que todos los hombres reconocen interiormente cuando les conviene, o cuando están borrachos, o cuando están entre amigos en los que creen confiar? ¿Quién es verdaderamente un hombre? ¿Cuántos hombres hay que sufren heroicamente?

 No solo sabemos que Dios no es objeto de burla y que lo que sembremos cosecharemos, sino que también nos damos cuenta de que el Huerto de Getsemaní es difícil de alcanzar. Sin embargo, puede ser buscado por cualquier persona que quiera evitar la terrible tragedia de la autoaniquilación. De hecho, hay muchas personas que sobreviven a duras penas el día a día, debido a su propio odio, desprecio y desesperación, y que tiemblan al borde de la muerte moral. Vivimos en tiempos terriblemente trágicos y, por tanto, no hay nadie que no pueda permitirse una pequeña pausa para hacer más llevadera la carga de su presencia a su esposa o marido, a sus hijos o a sus vecinos. Cada uno necesita un tiempo de reexamen, un tiempo para el verdadero arrepentimiento, un tiempo para la resolución como la de Cristo. El Huerto de Getsemaní está presente allí, donde hay autenticidad, determinación y honestidad. Sobre todo, es donde existe el reconocimiento gozoso de que, al margen del ayer y del mañana, ahora mismo una persona puede crear una corriente de pensamiento tan fuerte que afecte radicalmente el futuro. Podría empezar ahora y adquirir con el tiempo un impulso autosuficiente; pero, esto no puede hacerse sin superar la gravedad kármica de todos los asesinatos autodestructivos de seres humanos en los que ha participado en el plano del pensamiento, en el plano del sentimiento, especialmente en el plano de las palabras y, también, indirectamente, en el plano de la acción exterior.

 Si no existiera el huerto de Getsemaní, ningún Saulo perseguidor podría convertirse en un Pablo. Tal es la gran esperanza y la feliz noticia. Como dijo Orígenes, Saulo tuvo que morir antes de que naciera Pablo. El Francisco que era un simple cruzado tuvo que morir antes de que pudiera nacer el Santo de Asís. Porque todos los hombres tienen libre albedrío, ningún hombre puede transformarse sin un esfuerzo honesto y sincero. Por eso, después de exponer la naturaleza de los Dioses, los Padres de la raza humana, H.P. Blavatsky, en el mismo artículo citado, habló de las condiciones de prueba de las almas encarnadas que buscan la resurrección:

 . . . todo verdadero teósofo sostiene que el divino YO SUPERIOR de todo hombre mortal es de la misma esencia que la esencia de estos dioses. Al estar, además, dotado de libre albedrío, y tener, por tanto, más responsabilidad que ellos, consideramos que el EGO encarnado es muy superior, si no más divino, que cualquier INTELIGENCIA espiritual que aún espera encarnarse. Filosóficamente, la razón de esto es obvia, y todo metafísico de la escuela oriental lo entenderá. El EGO encarnado tiene unas probabilidades en contra que no existen en el caso de una Esencia divina pura ajena a la materia; esta última no tiene ningún mérito personal, mientras que el primero está en camino de la perfección final a través de las pruebas de la existencia, del dolor y del sufrimiento.

 Depende de cada uno decidir si hace de este sufrimiento algo constructivo; de estas pruebas, algo significativo; de estas tribulaciones, una oportunidad de oro para la autotransformación y la resurrección espiritual.

 Si esta decisión no se toma voluntariamente durante la vida, se impone a cada ego en el momento de la muerte. Todo ser humano tiene que pasar en el momento de la muerte, según la sabiduría de los antiguos, a una condición purgatorial en la que hay una separación de la individualidad inmortal. Es como una luz que está aprisionada durante la vida de vigilia, una vida que es una forma de sueño dentro de las espirales de la materia. Este dios interior está nublado por la niebla del miedo, la superstición y la confusión, y todos, excepto los puros de corazón, oscurecen la luz interior por sus engaños demoníacos y su negación ignorante del verdadero corazón. Todo ser humano tiene que desechar esta sombra, igual que tiraría una prenda de vestir vieja, dice Krishna, o igual que tiraría en un desguace un vehículo totalmente irredento. Todos y cada uno de los seres humanos tienen que hacer lo mismo en el plano psicológico. Cada uno está en la misma posición. Tiene que desechar los restos, pero el período para ello varía según cada persona. Esto implica lo que se llama "la matemática del alma": las cifras se dan a los que tienen oídos para escuchar, y hay que hacer una gran cantidad de aplicaciones detalladas.

 ¿Estaba Jesús exento de esto? Él no quería ninguna excepción. Había tomado la cruz. Se había hecho uno con los demás hombres, al tomar constantemente sus limitaciones, al intercambiar sus átomos de vida más finos por los átomos de vida más groseros: los pensamientos ocultos, las hostilidades inconscientes, los sentimientos caóticos, las ambivalencias, las ambigüedades, las limitaciones de todos. Una vez dijo: "Mi virtud ha salido de mí, cuando el dobladillo de su manto fue tocado por una mujer que buscaba ayuda". Pero, ¿significa esto que solo se exponía cuando se encontraba físicamente con otros seres humanos? El Evangelio según Juan deja bien claro – ya que es el más místico y hoy el más significativo de los cuatro evangelios – que esto ocurría todo el tiempo. No solo se aplica a Jesús. Tiene lugar todo el tiempo para cada persona, a menudo desconocida para uno mismo. Pero cuando es plenamente consciente de sí mismo, el dolor es mayor. Como cuando un Adepto magnánimo hace un descenso directo de su verdadero estado divino y deja atrás sus mejores elementos, como Surya el sol en el mito, que se quita el brillo para contraer matrimonio con Sanjna, venir al mundo y asumir las limitaciones de todos. El Iniciador necesita los tres días en la tumba, pero estos tres días son metafóricos. Se refieren a lo que se conoce en Oriente como un estado de gestación necesario para que la transformación pueda realizarse con mayor fluidez, a partir del vehículo desechado que había sido crucificado.

 La gente tiende a fijarse en las heridas y en la sangre, a pesar de que, como retrata claramente el cuadro de Tiziano, la tragedia de Jesús no estaba en las heridas que sangraban, sino en la ignorancia y la autolimitación de los discípulos. Había prometido la redención a todos y cada uno de los que le fueran fieles, lo que significaba, según dijo, amarse unos a otros. Había lavado los pies de los discípulos, los había unido, les había dado todas las oportunidades para que hicieran lo mismo entre ellos. Les dijo que solo tenían que seguir este mandamiento. Sabemos lo difícil que es para la mayoría de la gente hoy en día amarse los unos a los otros, trabajar juntos, tirar juntos, cooperar y no competir, sumar y no restar, multiplicar y servir, no dividir y gobernar. Esto parece muy difícil, especialmente en una sociedad hipócrita llena de engaños y mentiras. ¿Qué van a decir los niños cuando sus padres les piden que digan la verdad y se encuentran rodeados de tantas mentiras? En el ciclo actual, el reto es más punzante y conmovedor. Se necesita más honestidad, más valor, más dureza; esta vez, por el bien de toda la humanidad. No se puede dejar para un momento futuro que algunos expertos en apologética teológica y hermenéutica teosófica digan que este ciclo era solo para algunos elegidos. Hay que incluir e implicar a todas las partes del mundo.

 La enseñanza de Jesús era una comunicación sagrada de percepciones, una serie de visiones sagradas, más que una codificación de la doctrina. No presentó una summa theologica o ethica, sino la base seminal a partir de la cual se podría concebir una serie interminable de summae. Inició una corriente espiritual de diálogo sagrado, de exploración individual y de experimentación comunitaria en la búsqueda de la sabiduría divina. Enseñó la belleza de la aquiescencia y la dignidad de la aceptación del sufrimiento, un modo apropiado para la Era de Piscis. Mostró la salvación – mediante el amor, el sacrificio y la fe – de la psique regenerada que se aferra a la luz del nous. Sobresalió en ser todo para todos los hombres, al tiempo que permanecía totalmente fiel a sí mismo y a su Padre en el Cielo. Mostró un mayor respeto por el Templo que sus propios custodios. Al mismo tiempo, vino a fundar un nuevo tipo de reino y a llevar un mensaje de alegría y esperanza. Vino a dar testimonio del Reino de los Cielos durante la prueba de la vida en la tierra. Vivificó con su propio sacrificio luminoso la posibilidad humana universal de la autoconsagración divina, la belleza de la devoción beatífica a la Fuente Trascendental de la Sabiduría Divina: el Verbo hecho carne que celebra el Verbum en el Principio.

 Por encima de todo, estaba la paradoja central de que su misión tenía que ser reivindicada por su fracaso, lo cual causaba desconcierto entre muchos de sus discípulos, mientras que solo lo entendían intuitivamente los muy pocos que eran puros de corazón y fuertes en devoción, bendecidos por la visión de la Ascensión. Después de tres días en el sepulcro, Jesús, bajo la apariencia de un jardinero, dijo a una pobre y desconsolada María Magdalena: "¡María!" Al instante ella miró hacia atrás porque reconoció la voz, y dijo: "Rabboni – Maestro mío" – y cayó a sus pies. Entonces dijo: "No me toques". He aquí una pista sobre sus tres días en la tumba. El trabajo de transmutación permanente de los átomos de vida, de transfiguración de los vehículos, estaba prácticamente terminado. Entonces dijo: "Id a mis hermanos y decidles que subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios". Posteriormente se apareció tres veces a sus discípulos.

 Jesús dio la mayor confianza posible a todos sus discípulos al hacerles siempre el más sagrado cumplido, diciéndoles que eran hijos de Dios. Pero, aun así, si una persona piensa que no es nada, o piensa que es el mayor pecador de la tierra, ¿cómo pueden tener sentido para ella la compasión y el elogio de Jesús? Cada persona tiene que empezar a verse a sí misma, sin dramas, como uno de los muchos pecadores y decir: "Mis pecados no son diferentes de los de cualquier otra persona". La carne es débil, pero el pneuma, el espíritu, está dispuesto. Y el pneuma tiene que ver con el aliento. Todo el Evangelio según San Juan está saturado del elixir de la inspiración y exhalación, por parte de Jesús, de la corriente que infunde vida y que da a todo hombre una fe creíble en su promesa y posibilidad y, sobre todo, una conciencia viva de su inmortalidad, que puede realizar conscientemente cuando se libera de la identificación errónea con su marco mortal.

 La posibilidad de resurrección tiene que ver con la identificación y la falsa identificación. No se trata de unos pocos, sino de todos los seres humanos que, en el olvido, tienden a pensar que son lo que sus enemigos piensan, o que son lo que sus amigos quieren que sean. En un tiempo los hombres hablaban de la imago Christi. Ahora vivimos en una sociedad que se dedica constantemente a las imágenes diabólicas y a la corrupción cínica de la creación de imágenes, una práctica nefasta desconocida en sociedades más sencillas que aún gozan de una inocente salud psíquica. Es más, ahora la gente se dedica a la corrupción de la imagen, el más atroz de los crímenes. En una época, los hombres lo hacían abiertamente, con un valor equivocado: derribaron estatuas y desfiguraron ídolos.,pagaron por ello y siguen pagando. Tal vez esas personas renacieron en esta sociedad. Eso es triste porque se están condenando a algo peor que el infierno, no solo el infierno de la soledad y la desesperación, sino algo mucho peor. La luz se está apagando para muchos seres humanos. Los Mahatmas siempre han estado con nosotros. Siempre han enviado abundantemente vibraciones benéficas. Están aquí en la tierra, donde siempre han tenido sus asilos y sus ashrams. En virtud de la ley cíclica, son capaces de utilizar foros y oportunidades precisamente preparadas para volver a erigir o resucitar los templos de misterio del futuro. Así, en este momento, todo el mundo está agitado por la cuestión crucial de la identidad, que implica la elección entre los vivos y los muertos, entre la entelequia y la autodestrucción.

 El problema central del Evangelio según Juan, que Pablo tuvo que afrontar al dar su sermón sobre la resurrección, tiene que ver con la vida y con la muerte. Lo que es vida para un hombre no es vida para otro. Todo hombre o mujer de hoy tiene que plantearse la pregunta: "¿Qué significa para mí estar vivo, respirar, vivir por el bien de los demás, vivir dentro de la ley que protege a todos pero a nadie en particular?" Quien se identifica verdaderamente con el amor ilimitado e incondicional de Jesús y con la obra secreta de Jesús que él veló en un silencio sin palabras, se ilumina. Al estar iluminado, uno es capaz de ver la naturaleza divina de Buda, la vestimenta de luz de Buda. Los discípulos en los días de Buda y, también, en los días de Jesús, pudieron ver la vestimenta divina hecha de la más homogénea esencia pura del Buddhi universal, concebida inmaculadamente y no engendrada, es daiviprakriti, la luz del Logos. Todo hombre tiene en todo momento tal vestimenta, pero está cubierta. Por lo tanto, cada uno debe tamizar y seleccionar el oro de la escoria. Cuanto más haga esto una persona de forma verdadera y honesta, más pueden sumarse los acontecimientos de lo que llamamos vida antes del momento de la muerte. Pueden tener un impacto benéfico sobre el estado de ánimo y el estado mental en el que uno parte. Una persona sabia en esta generación preparará de tal manera su meditación que en el momento de la muerte podrá leer o hacer leer aquellos pasajes del Bhagavad Gita, La Voz del Silencio o El Evangelio según San Juan que sean exactamente relevantes para lo que se necesita. Entonces será capaz de entonar la Palabra, que implica todo el ser y la respiración, en el momento en que pueda desprenderse alegremente de su vestimenta mortal. Esto se ha hecho y se está haciendo, se puede hacer y se hará. Cualquiera puede hacerlo, pero en estos asuntos no hay lugar para la casualidad o el engaño, pues vivimos en un universo de leyes. La religión puede apoyarse ahora en la ciencia, y para unir ambas en la psicología de la autotransformación se necesita la verdadera filosofía, el amor incondicional de la sabiduría.

 La crucifixión de Jesús y su posterior resurrección no se referían a él mismo, más que a cualquier aliento que tomara durante su vida. Así, en el Evangelio, leemos que Jesús promete que cuando se vaya del mundo,enviará al Paráclito. Este concepto arcaico ha ejercitado las plumas de muchos estudiosos. ¿Qué es el Paráclito? ¿Qué significa? ¿"Consolador"? ¿ El Espíritu de la Verdad”? Los eruditos aún no pretenden saberlo. El progreso realizado en este siglo consiste en el reconocimiento honesto de que no saben, mientras que en el siglo XIX se peleaban, se lanzaban epítetos por arrogancia, con una falsa confianza que no impresionaba a nadie por mucho tiempo. Los tiempos han cambiado, y no es momento de volver a la pseudocomplacencia de la escolástica, porque hoy sería falso, aunque en su día pudiera tener alguna base comprensible. Antes podía parecer un signo de salud y podía ser una ilusión perdonable y protectora; hoy sería un signo de enfermedad, porque implicaría insultar la inteligencia de muchos jóvenes, hombres y mujeres, cristianos, judíos, protestantes, católicos, pero también budistas, hindúes, musulmanes, sijs y de cualquier otra denominación. Nadie quiere conformarse con los absurdos del pasado, pero todos quieren, sin embargo, una esperanza por la que puedan vivir y heredar el futuro, no solo para ellos o sus descendientes, sino para todos los seres vivos.

 Este es, pues, un momento en el que hay que preguntarse ¿qué es lo que consolaría a toda la humanidad? ¿Qué pensó Jesús que sería una forma de consolar a todos? De forma arquetípica, el Evangelio según Juan habla en este sentido del templo misterioso, en el que más tarde tuvieron lugar todos los tristes fracasos del cristianismo. Esta es la luz y el fuego que deben mantenerse vivos por el bien de todos. ¿Quién, podemos preguntar, la mantendrá intacta con alegría y en silencio? ¿Quién podrá decir, como dijo el moribundo Latimer en Oxford en 1555, "Hoy encenderemos una vela... que confío que nunca se apagará"? Jesús estaba seguro de que entre sus discípulos había quienes habían sido encendidos por las llamas que brotaban de él. Él era el Hotri, "el agente indispensable" para el alkahest universal, el elixir de la vida y la inmortalidad. Él era la higuera que daría fruto, pero predijo que habría higueras que no darían fruto. Se refería a las iglesias que no tienen nada que decir, nada real que ofrecer y, sobre todo, no se preocupan tanto por la Palabra perdida, por el proletariado del mundo, ni por la situación y el destino de la mayoría de la humanidad.

 Su confianza era la que le llegaba, como todo en su vida, del Padre, el Paraguru, el Señor de las Liberaciones, que, con amor ilimitado por todos, sostiene en secreto la contemplación eterna, junto con los dos Bodhisattvas – uno cuyo ojo recorre la tierra adormecida y el otro cuya mano se extiende en amor protector sobre las cabezas de sus ascetas. Jesús habló en nombre del Gran Sacrificio. Habló de la alegría de saber que había unos pocos que se habían convertido potencialmente en la levadura que podía levantar toda la masa, que se habían convertido en verdaderos Guardianes de los Fuegos Eternos. Estos son los fuegos vestales del templo misterioso que habían desaparecido en Egipto, de donde tuvo lugar el éxodo. Habían desaparecido de Grecia, aunque periódicamente había intentos de revivirlos, como los de Pitágoras en Delfos. Entonces se vertían en una nueva ciudad llamada Jerusalén. En cierto sentido, el nuevo consolador era la Nueva Jerusalén, pero no se trataba de una sola ciudad, ni era solo para personas de una tribu o raza.

 Desde el punto de vista exotérico, el templo de Jerusalén fue destruido en el año 63 a.C. por Pompeyo y fue reconstruido. Más tarde fue arrasado de nuevo en el año 70 d.C. Desde el siglo XIII no ha existido allí ningún templo en absoluto porque esa ciudad ha estado durante estos últimos setecientos años enteramente en manos de quienes arrasaron los antiguos edificios y erigieron minaretes y mezquitas. Ahora, la gente se pregunta si realmente hubo alguna vez una verdadera Jerusalén, pues en todas partes se encuentra la Babilonia de la confusión. Hoy no es Orígenes quien nos habla, sino Celso, en nombre de todos los epicúreos. Todo el mundo está tentado, como la mujer de Lot, a convertirse en sal por fijar su atención en las reliquias y recuerdos del pasado mucho después de que se hayan desvanecido en el limbo de la disolución y la decadencia.

 Sin embargo, quien tiene una auténtica visión del alma es El Mirador. Jesús sabía que la visión, confiada a la custodia de unos pocos, les inspiraría para sentar las bases de lo que continuaría, por lo que hicieron, a pesar de toda la corrupción y la incesante crucifixión. Incluso hoy, dos mil años después, cuando oímos hablar del milagro del amor ilimitado de Jesús, cuando escuchamos las palabras que pronunció, cuando leemos y encontramos consuelo en lo que hizo, nos sentimos profundamente conmovidos. Estamos abundantemente agradecidos porque en nosotros se enciende la chela-luz de la verdadera devoción reverencial al Christos interior. Esto nos ayuda a ver a todos los Cristos de la historia, tanto los desconocidos como los famosos, como encarnaciones del Uno y Único – el Uno sin Segundo, en el lenguaje críptico de los Upanishads. Cuando esta revelación tiene lugar y se disfruta en el interior, se producen buenas noticias, porque es en el plano invisible donde se realiza el verdadero trabajo. En su mayoría, la gente se fija en lo visible y quiere esperar los frutos de los árboles plantados por otros hombres.

 Sin embargo, hay unos pocos que se han dado cuenta del consuelo que se deriva de la verdadera comunión de los que buscan el reino de Dios en su interior, que desean ser los más capaces de ayudar y enseñar a los demás, y que serán fieles en su fe desde ahora hasta el siglo XXI. Algunos ya han estado utilizando un calendario de cuarenta años. Ha habido personas así antes que nosotros. Pitágoras los llamó héroes. El Buda los llamó Shravakas, verdaderos oyentes y Shramanas, verdaderos aprendices. Luego hubo algunos que se convirtieron en Srotapattis, "los que entran en la corriente", y entre ellos había unos pocos anagamin, "los que no necesitan volver a la tierra involuntariamente". También había quienes eran Arhans de visión ilimitada, hombres perfeccionados, Bodhisattvas, infinitamente dispuestos a volver a entrar en la cueva, tras haber tomado la promesa de Kwan-Yin de redimir a todo ser humano y a toda vida sensible.

 Nada menos que ese voto puede resucitar el mundo actual. Estos tiempos son muy diferentes del mundo de la época de Juan, porque en esta época las formas externas no van a dar pistas en relación con el trabajo de lo informe. La humanidad tiene que crecer. Encontramos a Orígenes diciendo esto a principios del siglo III y a Filón diciendo lo mismo, incluso, en el siglo I. Filón, que era un erudito judío y un estudiante de Platón, era un intelectual intuitivo; mientras que Orígenes, que había estudiado a los gnósticos y considerado varios puntos de vista filosóficos, era quizás más un místico o, incluso, un extático. Ambos sabían que el Christos solo podía ser visto por el ojo de la mente. “Por lo tanto, si tu ojo es único”, dijo Jesús, “todo tu cuerpo estará lleno de Luz”. Los que responden con los ojos del cuerpo nunca podrían creer nada porque, como dijo Heráclito, "los ojos son malos testigos del alma". Los ojos del cuerpo deben ser tutelados por el ojo de la mente. La Gupta Vidya también habla del ojo del corazón y del ojo en la frente: el ojo de la Sabiduría-Compasión. A través de él, por el propio amor, uno conocerá el amor mayor. Por la propia compasión uno conocerá la mayor compasión. Por la propia ignorancia uno reconocerá la ignorancia que lo rodea y buscará el privilegio de reconocer al Paráclito. Entonces, cuando el ojo se vuelva único en su concentración sobre el bienestar de todos, el cuerpo se llenará de la luz del Christos; una vez desvelado en el nivel fundamental de la causalidad, hace que el hombre o la mujer sean testigos eternos de la verdadera resurrección del Hijo del Hombre en las más altas mansiones del Padre.

por Raghavan Iyer
Hermes, abril de 1977